Verizon anunció recientemente que sus ingenieros, junto con Samsung Electronics y MediaTek, alcanzaron una velocidad de descarga de 5,5 Gbps en un entorno de laboratorio utilizando tecnología 5G y agregación de portadoras. Este avance se presentó como un logro revolucionario que demuestra la capacidad de las redes móviles para soportar un crecimiento exponencial en el consumo de datos, un mensaje que parece buscar titulares más que generar un impacto real en el mercado.
Sin embargo, esta carrera por ofrecer velocidades cada vez más altas plantea una pregunta crucial: ¿realmente necesitamos estas cifras astronómicas en la vida cotidiana? Descargar 266 álbumes de Taylor Swift en un minuto o transmitir más de 3.000 episodios de Hulu por hora puede parecer impresionante, pero en términos prácticos, ¿cuántos usuarios aprovechan esas capacidades teniendo en consideraciones sus limitaciones físicas, biológicas y de tiempo? Este enfoque recuerda la fascinación inicial por los lanzamientos espaciales, donde todos celebran el despegue, pero pocos se interesan por el día a día en la estación espacial.
La realidad es que la velocidad ya no es un diferenciador significativo para los consumidores. Las conexiones actuales son suficientemente rápidas para soportar la mayoría de los casos de uso comunes, desde videollamadas hasta streaming y gaming en la nube. La narrativa de la velocidad como valor de mercado es un vestigio de un modelo de negocio que ha dejado de resonar con el público. Más aún, este tipo de avances suele traducirse en publicidad mediática más que en beneficios tangibles para los operadores. Mucho ruido pero poca monetización.
Aunque nadie necesite esas velocidades o estas no sean monetizables, los detalles técnicos de la prueba son interesantes desde una perspectiva tecnológica. La demostración utilizó agregación de portadoras, una técnica que combina múltiples bandas de espectro de frecuencias distintas (FDD y TDD) para aumentar la eficiencia de las sesiones de datos en la red inalámbrica. En este caso, se agregaron seis canales separados de espectro sub-6 GHz, incluyendo 350 MHz de espectro PCS, AWS, CBRS, C-band y 850 MHz. La prueba se realizó con tecnología de 5G Standalone (5G SA) de Samsung y un chipset de conectividad de próxima generación desarrollado por MediaTek, que utiliza tecnología de agregación de seis portadoras (6CC). Además, se empleó una solución virtualizada de RAN (vRAN) de Samsung para gestionar los recursos de la red de forma flexible y permitir velocidades más altas y menor latencia.
El problema de fondo es que estas velocidades extremas no generan ingresos significativos para quienes construyen las redes. Como ya ocurrió con el 4G y el 5G, el valor se concentra en las aplicaciones que consumen esos datos, no en la infraestructura que los transporta. Las plataformas de streaming, gaming y otros servicios digitales son las que capitalizan la capacidad de las redes, mientras que los operadores enfrentan márgenes cada vez más ajustados y buscan monetizar sus inversiones sin mucho éxito, o apoyando a asociaciones para que intente por vía regulatoria que se ejecute un “fair share” que parece instalado en el horizonte.
Verizon, al igual que otros actores de la industria, sigue enfocándose en un atributo técnico como la velocidad, un esfuerzo que resulta cada vez menos relevante para el consumidor promedio. El futuro de las telecomunicaciones no está en cuánto más rápido puede ser el Internet móvil, sino en cómo estas redes pueden habilitar servicios verdaderamente innovadores y experiencias que marquen la diferencia para los usuarios.
Es hora de replantear la narrativa. En lugar de centrarse en la carrera por cifras que pocos comprenden o necesitan, las telecomunicaciones deben redirigir sus esfuerzos hacia la creación de ecosistemas sostenibles que generen valor tanto para los operadores como para los consumidores. La obsesión por la velocidad no es más que un reflejo de un modelo que necesita evolucionar para adaptarse a las verdaderas demandas del mercado.